Hace muchos años, en el pintoresco municipio de San Vicente de Chucurí, se tejía una leyenda que estremecía a quienes la escuchaban. La historia se centraba en la vereda “Cantarranas”, específicamente en la finca Santa Elena, propiedad de don Siervo Hernández.
En aquellos días, la finca era custodiada por Siervo Hernández y su familia, entre ellos, Pastora Gamboa y sus seres queridos. Una tarde de domingo, Pastora llevó a su pequeña hija Gladys al corral para alimentar a los terneros recién encerrados. La tarde transcurría, y Pastora llamó a Gladys para regresar a casa, pero la niña, absorta en sus juegos, insistió en quedarse un rato más.
Después de un tiempo, Pastora recordó la presencia de Gladys y salió a buscarla, pero no lograba encontrarla en ninguna parte. La angustia se apoderó de ella, y pronto, con la ayuda de los vecinos, obreros y autoridades locales, se desató una búsqueda intensa que se extendió por días.
A pesar de todos los esfuerzos, Gladys parecía haber desaparecido sin dejar rastro. Pastora, desesperada, recorrió la finca y las inmediaciones del río Chucurí, pero no encontró señales de su hija. La preocupación se transformó en dolor y las lágrimas de Pastora regaron la tierra, mientras ella rezaba y pedía por la seguridad de su pequeña.
Sin embargo, un sábado, exactamente a la misma hora y lugar donde Gladys se perdió, ocurrió algo extraordinario. Pastora escuchó el llanto de un niño que provenía del potrero. Con el corazón palpitante, se acercó al sonido y, entre abrojos y arañazos, encontró a Gladys, viva pero evidentemente afectada por su extraña experiencia.
La niña relató que un enorme perro negro la había levantado y la llevó a lugares desconocidos, donde se alimentaba de frutas entre las raíces de grandes árboles. Habló de la estación Guapotá, donde vivía su abuelita, y cómo el perro la llevó allí montada sobre su lomo.
Pastora, emocionada y aliviada por el regreso milagroso de su hija, interpretó la historia de Gladys como la intervención de un duende, un ser mágico que actuó como protector y la llevó a visitar a su amada abuela en Guapotá.
Gladys, entre los recuerdos difusos de su experiencia, no recordaba cómo regresó al potrero, pero la historia se propagó por San Vicente de Chucurí, convirtiendo la leyenda del duende de la vereda “Cantarranas” en un relato que perduraría en la memoria del pueblo, recordando la conexión mágica entre el mundo humano y el misterioso reino de los duendes.